Años de esplendor, años de silencio.
A principios de siglo era la localidad más importante del partido, pero su crecimiento arrollador se detuvo, sus hijos emigraron ye l silencio se apodero de sus calles. Seguramente sería hoy un partido independiente de Lujan si no hubieran ocurrido las cosas que aquí se relatan.
En aquella verde y ondulante llanura con fresca memoria de malones, el flamante depósito de agua para las locomotoras a vapor se la agrego una vía auxiliar para cargas y maniobras, mas una pequeña casilla. Así, sin ceremonia alguna y a merced de la furia del pampero, antes de que se fundara la ciudad de La Plata, el 12 de agosto de 1881, quedaba inaugurada una estación ferroviaria que sería la semilla fundacional de un pueblo que le abriría las puertas a los hombres de trabajo, albergando las ilusiones de aquellos que un día pisaron esa especie de tierra prometida en busca de su futuro.
Las familias fundadoras y los pioneros de sus instituciones
Sobre las familias fundadoras y de los pioneros de sus instituciones hemos hablado detalladamente en ediciones anteriores. Esta vez nos referiremos a la obra y a los sueños forjados por aquel puñado de brazos laboriosos que, en medio de aquella inmensidad escribieron las primeras paginas de una historia que hoy es motivo de nostalgias compartidas y de un callado dolor por lo que pudo ser y no fue.
Dos etapas de una misma historia.
Lujan no se había transformado en ciudad, todavía era una villa de unas quince manzanas nada mas; no se había construido la actual Basílica, tampoco el primer empedrado, solo había caminos de tierra para los carruajes y jinetes, el automóvil aun no se conocía.
En este contexto nacía un Carlos Keen que, en los años ´30 se había convertido en un ejemplo de crecimiento integral. La gran importancia de su agricultura y ganadería, su intenso desarrollo comercial, industrial, cultural y deportivo entre otros aspectos, hacia de esta localidad una cautivante promesa de prosperidad. Por eso el asentamiento de nuevos pobladores era cosa de todos los días.
La actividad laboral era llamativamente intensa y abarcaba todos los rubros, tal como lo certificaban los despachos de carga de su estación: alpiste, cebada, bolsas vacías, cueros de cordero, cerdos, cueros de nutria, grasas, cueros de vacunos, lana suelta, cerda, lino, maíz desgranado, madera, paja, postes, trigo, alambre, aceite de potro, alcohol, yeguarizas, alpargatería, baldosas, botellas vacías, carbón de leña, artículos de carpintería, carruajes, canastos, cristalería, harina, ladrillos, quesos, semillas varias, artículos de talabartería, vacunos, ovejas, porcinos, legumbres, frutas, hojalatería y lino, eran solo algunos de los embarques que le daban al pueblo un movimiento y una fisonomía muy distinta a la actual y realmente muy importante para los años que corrían.
Las fiestas patrias, la del santo patrono (San Carlos Borromeo) o la de los fines de semana, con bailes, carrera de sortijas, cuadreras, pialadas, domas y otras costumbres criollas habían adquirido tal renombre que atraían al publico de las poblaciones vecinas. Pero no solo se destacaba por lo festivo. En 1911 se puso en marcha la usina que abastecía de energía al pueblo; en la misma época funcionaba el cine San Carlos y el registro civil, además de la parroquia, la escuela y tres clubes: San Carlos, Independiente y Centro.
Era un pueblo prácticamente independiente de Lujan: contaba con destacamento policial, oficina de Correos y Telégrafos, mas de 25 abonados a la línea telefónica. Cerca de tres mil personas integraban este modelo de pujanza comunitaria, mientras que hoy no llega a 400 los habitantes de su planta urbana. Y es en este punto donde la pregunta se impone: ¿Si ese proceso de crecimiento no se hubiese interrumpido abruptamente, sería hoy un partido como Gral. Rodríguez o San Andrés de Giles, por nombrar alguno de los tantos partidos que poco a poco se fueron independizando de Luan?.
Finalizada la década del 30 aquella arrolladora pujanza comienza a menguar, a detenerse y luego a retroceder. Todo se dio en forma repentina. En 1934 el gobierno reduce drásticamente la frecuencia de trenes de pasajeros, obligando a volver a los carros y al caballo, ya que entre los del pueblo eran muy pocos los que disponían de un automotor. No obstante, empiezan a desaparecer los talleres mecánicos, surtidores, fondas, hospedajes y otros comercios que dependían de la gente de paso. Para colmo de males, el trazado de la Ruta 7, que debía pasar por Carlos Keen, lo hizo a 10 km de allí, quitándole al pueblo el tránsito de vehículos que por el antiguo camino real se dirigían a Giles, San Antonio de Areco y mas allá.
Y como las desgracias no vienen solas, otra causa desencadenante fue la radicación de la Algodonera Flandria. Esto origino una inmensa demanda de mano de obra que, hizo que muchos vecinos se fueran a vivir cerca de esta nueva y atractiva fuente de trabajo que diera vida a otra localidad de nuestro partido.
Hoy, en ese lugar con derruidos rincones que con su idioma de silencio aun lloran a sus viejos emigrados, cada 4 de noviembre, la multitudinaria fiesta patronal se renueva de año en año con la misma fuerza de los mejores tiempos.
La mayoría viene desde muy lejos y nadie falta a la cita. Muchos, sin conocerse se sienten como hermanos, como si volvieran a la casa paterna, como si el ´pago de los ancestros los llamara año tras año.
Y esto invita a pensar. Porque en esas calles teñidas de adiós, pero besadas con soles ardientes de siestas, duendes y chicharras, un misterioso destello llama a la esperanza, porque con el silencio de los tiempos del principio, un puñado de brazos fuerte bendice las mañanas contrabajo, para que siga viva la ilusión de los abuelos.